sábado, 28 de abril de 2012

(4.) TWD: Separate Ways.


Capítulo 4.
Victoria



“Siempre he estado rodeada de gente idiota. No es nada nuevo. La diferencia, es que antes esos idiotas eran mi jefe, mi novio, mis amigos y amigas y casi cualquier persona que me rodeaba. Ahora hay todavía más idiotas, pero éstos son más peligrosos ya que, a pesar de su aspecto, están deseando morderme. Bueno… ahora que lo pienso siempre quisieron comerme los otros idiotas. Pero no van a tener esa suerte”



El reloj colgado en la pared seguía marcando cada segundo. Tic, tac, tic, tac. Cada uno más eterno que el anterior. En la habitación no había mucho más, tan solo unos sofás arrugados, latas de comida abiertas, botellas de agua esparcidas y dos personas: un hombre y una mujer. El hombre aparentaba tener unos treinta y largos años, ella no debía pasar de veinticinco. Él era calvo, gordo y tenía un bigote muy poblado. Ella era rubia, delgada y tenía una delantera muy poblada. Casi parecían los lados opuestos extremos de la misma moneda. Ambos estaban sentados, en el sofá.

-¿Cuántos días han pasado ya desde que comenzó todo? –preguntó el tipo, sin embargo ella no le hizo el más mínimo caso, parecía perdida en sus propios sentimientos- ¿Es que no me escuchas? ¿No sabes hablar?

Ella no hizo el menor reparo en él. Se levantó del sofá y caminó hasta la zona de las botellas de agua. Agarró una y le dio un buen trago. Luego se acercó hasta la puerta que daba a la salida. Antes de que pudiese hacer nada, el hombre se levantó de un sobresalto, su barriga pareció temblar como un flan.

-¿Qué haces, Victoria? ¿Vas a abrir la puerta con todas esas cosas por el edificio? –preguntó asustado.

-No pienso pasar ni un solo segundo más contigo aquí –dijo Victoria, se giró para verlo a la cara- Una cosa es presentar contigo las noticias, otra muy diferente es pasarme un jodido apocalipsis encerrada en un cuarto contigo. Estoy harta de verte mear en cubos… Y casi no queda comida ni bebida. Voy a salir. Tú… tú quédate aquí y muérete si quieres, Ralph.

Ralph debería haberse sentido ofendido, pero conocía de sobra el carácter de Victoria Griffing, la chica de las dos caras. Por un lado estaba la Victoria que presentaba el telediario, siempre a la hora de la comida. Una chica agradable y amable, siempre con una sonrisa en la boca. Pero eso era solo una máscara, la verdadera Victoria era una persona fría, ausente, e incluso desagradable. Aunque a más de uno, Ralph incluido, le daba cierto morbo esa forma de ser. Se acercó a ella y apoyó una mano en su trasero.

-¿Segura que no quieres quedarte conmigo? –dijo, su mano comenzó a moverse como si fuese la de un poseso.

Victoria se giró, rápidamente lo empujó.

-¡Saca tus jodidas manos de encima! El único que podría tocarme está muerto. Tú sólo eres una ración individual de supervivencia, un objeto para no volverme loca. Pero sinceramente, ya no soporto más nada de esto. Me largo de aquí, tú haz lo que quieras.

Ralph se la quedó mirando. Por un momento sus ojos destellaron de rabia, casi pareció a punto de hacer algo más, quizás golpearla, pero finalmente no hizo nada. Quizás porque sabía que la chica era de armas tomar y, probablemente, acabaría peor él. Caminó hasta un palo de golf que había allí. Lo observó con seriedad.

-Por fin voy a darle un uso a este estúpido regalo que me hizo mi mujer –dijo, por alguna razón sonrió con ironía- Está bien, salgamos fuera. Matemos a todos esos periodistas zombies.

Victoria lo ignoró por completo. Abrió la puerta, lentamente. A pesar de todo, su corazón comenzó a latir con fuerza, su respiración se agitó, y su estómago comenzó a dar síntomas de querer expulsar algo al exterior. Finalmente tragó saliva. Cuando la puerta estuvo lo suficientemente abierta, asomó la cabeza. No parecía haber peligro a la vista, por lo que terminó de abrir la puerta y salió al exterior, siempre con cuidado. No llevaba ningún arma encima, por lo que lo mejor era pasar desapercibida. Ralph salió detrás de ella, con su hierro preparado por si acaso.

Se encontraban en uno de los camerinos del edificio del Canal 4, el mismo edificio desde el cual se transmitían las noticias a diario, incluyendo esas extrañas noticias de hace pocos días dónde los muertos desaparecían, la gente mordía a otra gente y todo comenzó a ser un caos. Al principio parecía una broma. Y quizás al final fuese solo una broma, una broma perversa y cruel, pero todo iba muy en serio.

Para salir del edificio, debían atravesar un largo pasillo, bajar unas escaleras, recorrer otro pasillo y por fin estarían la puerta de salida. Al otro lado, un patio con un logo enorme de la cadena y luego otra puerta, esta vez de metal. Todo eso acompañado por una ligera pizca de muertos vivientes.

Siguieron caminando por ese pasillo. De momento no había rastro de caminantes. Pero eso iba a ser temporal. La última vez el edificio estaba lleno de esas cosas. Llegaron hasta las escaleras y comenzaron a bajar. Los tacones rojos de Victoria sonaron con fuerza, con eco, en cada escalón.

-¿Sabes? –dijo de pronto Ralph, que iba detrás de ella- A pesar de todo, me estás poniendo cachondo con ese vestidito apretado y esos tacones.

-¿Aún sigues vivo? –preguntó Victoria con tono sarcástico.

De pronto se detuvieron. Ruidos. Ruidos desagradables, y venían del pasillo del primer piso. Era un sonido similar al que hace una persona cuando está devorando un zanco de pollo, solo que multiplicado y más asqueroso. Terminaron de bajar las escaleras, siempre con cuidado, y fue cuando lo vieron. Un grupo de tres de esas cosas, agachados y devorando a un muerto. Victoria lo miró con frialdad, pero dentro de ella su estómago cada vez estaba peor. La carne y la sangre resbalaban por esas cosas. Y el olor… el olor fue lo peor.

Ralph no lo soportó más. Se inclinó y echó fuera la poca comida que había ingerido, además de otras cosas. Victoria se apartó como mejor pudo, librándose por los pelos de ser duchada con eso. Sin embargo, ese acto llamó la atención de los caminantes. Comenzaron a levantarse lentamente, para ponerse a andar hacia ellos, sin duda con no buenas intenciones. Victoria intentó escapar subiendo de nuevo las escaleras pero, gracias a una mala suerte increíble, en el piso de arriba había dos más de esas cosas. Ralph los observaba también, aterrorizado. Seguía teniendo el palo de golf en la mano.

-¡Vamos, reacciona! –le gritó Victoria- ¡Acaba con esas cosas! ¿No eras tan macho? ¿No te pone cachondo esto, o qué?

-Yo… yo… -comenzó a tartamudear el hombre.

Victoria lo fulminó con la mirada. Los caminantes cada vez estaban más cerca. Y fue entonces cuando se le ocurrió algo. Algo que quizás lamentaría más adelante, pero en ese mismo momento le daba bastante igual. Le arrebató el palo de las manos en un movimiento ligero. Ralph la miró y le hizo un gesto de afirmación, quizás sería mejor que ella atacase, parecía más valiente para esas cosas…

…sin embargo, ella no atacó a los caminantes. Sin dudarlo ni un solo segundo, golpeó con el hierro en las partes íntimas de Ralph, el cual se inclinó retorciéndose del dolor. Luego la miró, completamente pálido y asustado. Iba a decir algo, pero ella no le dio tiempo. Le dio un golpe fuerte en la cabeza con el palo. La sangre le salpicó a su propia cara. Ralph lanzó un grito desgarrador y a continuación cayó al suelo, de rodillas. Victoria se puso detrás de él y, con el mismo zapato de tacón que tanto le había excitado con anterioridad, le dio una patada y éste cayó rodando.

Los caminantes se acercaron a él, se agacharon y comenzaron a morderle. Ralph lanzó gritos de espanto, los cuales sonaron con fuerza. A pesar de todo, Victoria ya se estaba sintiendo culpable por lo ocurrido, pero no le importó tampoco demasiado. Era supervivencia, al fin y al cabo. Antes él que ella. Con el palo de golf aún en la mano, terminó de bajar las escaleras. Pasó por al lado de los caminantes. Por suerte no repararon en ella, estaban demasiado ocupados desgarrando la carne del hombre. Éste ya no gritaba, seguramente porque le acababan de arrancar la garganta.

Victoria corrió hacia la puerta. La abrió. El sol golpeó su rostro. Había más de esos ahí fuera, pero parecían bastante atontados. Corrió y corrió. La puerta de metal estaba abierta, seguramente de cuando escaparon (o lo intentaron) otras personas. Salió por allí. La calle estaba llena de podridos. Uno se acercó, por sorpresa. Victoria lanzó un grito, más de asombro que de otra cosa. Logró apartarse de él, levantó el hierro y golpeó con fuerza en su rival. La cabeza del caminante salió despedida, rodando por el suelo. A pesar de estar decapitado, seguía con vida. Victoria caminó hasta la cabeza y clavó el palo de golf en su frente. Lo dejó allí, como si fuese una bandera de victoria, al igual que su nombre.

Victoria, la mujer de rojo, empapada en sangre, siguió corriendo por las calles. No se arrepentía de nada…


“Todo ha cambiado. Ya no hay vestidos elegantes y colonias de marca caras. Ahora solo hay muerte, muertos y supervivientes. Yo voy a ser una de ese último grupo, aunque para ello tenga que acabar con todos los demás de mi propia especie, vivos o no”

domingo, 8 de abril de 2012

(3.) TWD: Separate Ways.


Capítulo 3.
Jake

"Si creyese en la existencia de Dios, diría que él piensa lo siguiente: <<Originé el Universo, las galaxias, los planetas, las estrellas, los satélites, y concretamente creé un mundo que como especial y única característica era y es estar habitado por seres vivos. >> Lo cierto es que de alguna manera, nos hemos apoderado de la Tierra que no sólo nos pertenece a nosotros. Explotamos, saqueamos y destruimos tanto cada recurso y rincón de este lugar que simplemente esos hechos nos quitan todos los derechos de ser la raza superior. En mi opinión, desde nuestra existencia nos hemos estado comiendo el mundo metafóricamente hablando, pero ahora, es el mundo el que nos devora a nosotros, y esta vez, más literalmente que nunca."


El sudor surcaba cada parte del cuerpo del chico. Su respiración era ajetreada, creaba un sonido que era similar al de un ventilador en la inmensidad del silencio. Sus músculos se acentuaban con cada paso que daba. Su corazón bombeaba como si rebobinase una y otra vez una cinta de vídeo casera, creando una aceleración en los minutos que la creasen. En definitiva, todo él era como una bomba de relojería que en un momento u otro iba a acabar explotando y que su final iba a ser definitivo; la muerte.

No recordaba haber experimentado nada igual o parecido en sus 25 años de vida. Había atrapado a atracadores, ladrones de bolsos, asesinos, maltratadores, incluso a chicas malhabladas que se dedicaban a insultar a la policía, a la ley, pero nunca, ni tan siquiera una vez, había sufrido tanto físicamente como mentalmente. Todo lo que había hecho hasta ahora era tomárselo con calma, con humor, pero en realidad todo aquello le preocupaba, le preocupaba lo mismo que le podía preocupar al resto de supervivientes que por allí quedasen, que por cierto, cada vez eran menos.

Sus pasos eran firmes, veloces, incluso podría decirse que silenciosos ante los gruñidos de la docena de caminantes que le perseguían, pero las piernas empezaban a flojearle, las fuerzas a escasearle, y es que a pesar de ser uno de los mejores policías de Atlanta, él al fin y al cabo era humano, algo que no podría decirse de aquellas criaturas que no cesaban el paso.

Llevaba aproximadamente media hora huyendo de esos seres, pero ni siquiera se había percatado de ello, no tenía reloj y si lo hubiese tenido tampoco se hubiese parado a observarlo. Por otro lado, estaba acostumbrado a pruebas de velocidad, resistencia y fuerza, era del cuerpo de policía, pero eso no quería decir que fuese una fuente de energía eterna.

Corrió, corrió, corrió, pero seguían allí. Su destino estaba claro, la comisaría de Atlanta, y eso si aquel lugar no estaba infectado también por más caminantes, por no hablar de que primero tenía que deshacerse de los que ya le perseguían, pero ¿cómo? Es lo que se preguntaba el muchacho.

Prosiguió todo recto huyendo a toda prisa por la calle principal de Atlanta, era una calle grande, amplia y formada por varias bifurcaciones, Norte, Sur, Este y Oeste. Lo que no esperaba Jake para nada era encontrase con lo que se iba a encontrar, un tanque gigantesco junto a un grupo de policías acribillando a todo muerto viviente que encontrasen, aunque pocos segundos le costó al joven comprender que no eran sólo caminantes lo que estaban matando.


Personas inocentes estaban perdiendo la vida en aquel preciso instante, personas, que por cualquier motivo que Jake desconocía, estaban siendo asesinadas a sangre fría por aquellos agentes, lo que a él le convertía en un blanco también. Aún así, pensó en su hermana, en aquella promesa que le hizo. No debía fallarle.

A pesar de las dificultades y adversidades que le interrumpían proseguir por su camino hacia una vida menos breve continuó corriendo y se le ocurrió la maravillosa idea de sacar la placa de policía que siempre guardaba en uno de sus bolsillos.

- ¡No disparen! ¡Soy policía! –corrió a toda prisa escudándose entre toda la multitud de personas armadas que por suerte para él no apretaron el gatillo hasta éste encontrase tras de ellos. Se paró en seco tomándose un respiro y observó como algunos de aquellos caminantes se acercaban al tanque atraídos por el sonido del mismo, y otros muchos trataban de alcanzar a los agentes. Jake suspiró y sin decir nada más prosiguió su camino. Aquello no iba a acabar nada bien.

Por lo que parecía visto desde fuera, aquella línea de antidisturbios y policías habían creado un muro en Atlanta entre los vivos y los muertos. Por un lado, se encontraban los caminantes cada vez en mayor número atraídos por el sonido de las balas, y al otro lado, los humanos que poco iban a durar como tal viendo lo que les acechaba.

Precisamente por ello, Jake se dirigió a toda prisa a pesar de encontrarse cansado hasta la comisaría de policía. De camino, no se encontró a absolutamente nadie, todos estaban reunidos en el mural humano, pero él debía hacer algo, debía rescatar a su hermanita. Para ello, abrió la puerta principal de dicha comisaría y allí se topó con Rebeca. Sí, aquella chica con la que nunca llegó a tener nada serio pero con la que se había acostado varias veces.

Esta muchacha se trataba de una joven de su edad, estaba de prácticas en el hospital de la ciudad y era una persona bastante inteligente. Ella siempre había querido llegar a más en su relación, pero lo que a él respectaba le gustaba más sentirse libre, sin ataduras, si tenía algún tipo de conexión directa con alguien deseaba que fuese con la familia pero no con otras personas.

Así pues, Rebeca era una chica de cabellos rubios y cortos, su rostro era pálido y sus mejillas siempre se mantenían sonrojadas. A su vez, portaba con unos ojos azules y afilados, su mirada era irresistible, pero su pelo echaba hacia atrás a los hombres. Su media melenita era lisa, suave, incluso brillante, pero no atraía a nadie, tal vez sólo a Jake y a cuatro gatos más.

- ¡Jake, pensaba que estarías muerto! –exclamó echándose encima del chico y abrazándole vestida con su bata blanca.

- Rebeca, ¿dónde está el jefe de policía? ¿Has visto a Kirk? –preguntó sin prestar nada de atención a la joven. No tenía tiempo de pensar en nada, ni siquiera de alegrarse por verla a salvo.

- Sí… Está allí –contestó señalando a una salita cristalizada y con pequeñas cortinas que no le dejaban visualizar nada.

- Bien, gracias –dicho aquello Jake se encaminó decidido hasta allí, golpeando con los nudillos varias veces la puerta y pidiendo permiso para entrar.
Al otro lado, una voz ronca cedió el paso y el chico Redfield entró. Cuando Kirk vio la aparición del chaval lo miró con orgullo y se levantó de su asiento.

Kirk era un hombre robusto, pero a la vez regordete y alto. Tenía los ojos negros como el carbón y lo que más le caracterizaba de todo era su calva, su gran y reluciente calva. Era un tipo duro donde los había, sabía poner en su sitio a todos sus agentes y manejarlos a placer, pero a las espaldas sus propios miembros del equipo le criticaban y se metían con su aspecto, algo que está y siempre estará en el contrato de todo jefe existente de cualquier tipo de trabajo.

- Señor… -dijo Jake mostrándole respeto y asintiendo con la cabeza en modo de saludo.

- ¡Cuánto me alegro de verle con vida, Redfield! Necesitamos más agentes protegiendo la ciudad, esos podridos no pararán hasta acabar con todos.

- Señor, no es por negarme a mi propio deber, pero mi hermana está allí fuera y necesito un grupo de unos cuatro o cinco compañeros para sacarla con vida.

- Me temo, Redfield, que eso no podrá ser posible –contestó con seriedad a la propuesta indirecta de Jake.

- Por favor, señor, es mi hermana, se lo prometí, no puedo dejarla allí. –insistió con el corazón en la mano.

- Jake, ya le he dicho que no podrá ser posible. No podemos arriesgar más vidas, probablemente su hermana ya esté muerta o convertida en uno de esos monstruos.

- ¡No diga eso! –gritó golpeando la mesa que hacía unos minutos acompañaba a Kirk- ¡No vuelva a repetirlo!

- ¡Redfield, ¿quién se ha creido que es para darme órdenes y para hablarme de esa forma?! –le respondió el jefe de policía acercándose al chico y señalándolo con el dedo.

- ¡Soy un tipo cabreado al que está diciendo que la vida de una persona inocente, la vida de mi propia hermana, le importa una mierda! –los ojos azules del joven se clavaron el los negros de Kirk, miradas desafiantes que mostraban odio contenido.

- Como siga así, Redfield, tendré que encerrarle en una celda –amenazó.

- ¿Encerrarme? Diría que ya estamos encerrados. ¿Este es el cuerpo de policía? ¿En serio? –abrió los brazos señalando todo el recinto con una sonrisa irónica. Tras aquello volvió a golpear la mesa mirando a su jefe a los ojos- ¿Esta es la calidad humana que tiene? ¿Así es como protegemos a nuestros ciudadanos? ¡¿Escondiéndonos en la puta comisaría?! ¡¿Salvando nuestro propio culo?! Porque eso es lo que está haciendo usted, Kirk, cobarde de mierda. –dicho aquello, se dio la vuelta y abrió la puerta de la salita saliendo al exterior de ésta.

Por un lado, Rebeca le miraba asustada, había escuchado todos los gritos desde fuera, al igual que otros policías que se mantenían a la espera de las órdenes de Kirk. A su vez, éste se quedó parado en la puerta de su despacho mientras veía como Jake se dirigía a la salida de la comisaría. Le hizo un gesto con la cabeza a la rubia que le miraba a lo lejos, y ésta, con cierto resquemor y tristeza en su mirada cogió el brazo de Redfield y le dio la vuelta.
- Rebeca, déjame ir.

- Lo siento, Jake… -respondió ella con los ojos humedecidos.

Sin esperarlo y sin ni siquiera imaginarlo, de uno de los bolsillos de la bata de la chica salió una jeringuilla que acabó en el cuello del muchacho que poco a poco fue percatándose de la pérdida de vista que estaba sufriendo. El cuerpo le temblaba, no tenía ni fuerzas para moverse ni mantenerse en pie, y lo último que recordó antes de desmayarse, fue ver a dos hombres cogerle a la fuerza.

Cuando despertó sin saber qué día, ni qué hora, ni siquiera qué había pasado, se vio atrapado en una celda, en una celda que a su vez estaba en los sótanos de la comisaría. El chico no podía creerse lo que estaba viendo. Se levantó de la camilla donde estaba tumbado, y observó su alrededor. El par de celdas que había también allí estaban vacías. Al parecer, estaba solo, completamente solo.

Por otro lado, en su jaula particular podían observarse varias bandejas de comida pero ya habían sido devoradas, seguramente por él mismo, pero de alguna forma, sabía que lo habían drogado porque sino recordaría algo de lo ocurrido. Jake se frotó los ojos con ambas manos y se acercó a las verjas.

- ¡EH! ¿Hay alguien ahí? ¡EH! –gritaba como un loco esperando respuesta.

Sin embargo… Su respuesta fue el silencio. El chico Redfield propinó una patada a los barrotes de acero y maldijo una y otra vez. Si se suponía que había estado allí un par de días o más, ¿qué sería de Iris? Desesperado se agachó, quedándose en cuclillas y suspiró con fuerza.

- No puedes estar muerta, ¿verdad, hermanita? Tú no… -se dijo para sí.

Durante unos minutos estuvo todo en silencio, incluso parecía que la respiración del muchacho no existía, pero de repente se escuchó un sonido, un gruñido, una especie de susurro del infierno. Jake se levantó tenso, no sabía de quién se trataba pero estaba casi seguro de que no era nada humano lo que iba a visitarle. La puerta de la sala de celdas se abrió, poco a poco, de hecho, anteriormente se mantenía entornada, pero en ese instante se abrió de par en par.

Una bata blanca repleta de manchas de sangre apareció, haciendo que el joven Redfield abriese sus ojos sin apartar su mirada, temblando, paralizado a la vez.

- Joder, Rebeca… ¿Qué te han hecho?


“En los momentos más difíciles es cuando las personas mostramos quiénes realmente somos. Hasta ahora, había estado orgulloso de ser lo que era, un agente de policía que hacía lo que tenía que hacer, pero tras esto me di cuenta de que el egoísmo humano, la traición y la manipulación están a la orden del día, seas lo que seas o quien seas. De cualquier modo, yo no soy como ellos. Nunca lo he sido, nunca lo seré. No me pudriré en mi propio cuerpo humano. Jamás.”

domingo, 1 de abril de 2012

(2.) TWD: Separate Ways.


Capítulo 2.
Isaac



“Hasta ayer todo era aburridamente perfecto. Tenía mi familia, a mi chica y a mi pequeño. Tenía un trabajo deprimente y un coche de segunda mano. Mi gato dormía en nuestra cama. Hoy tenemos diferentes señales. Cuerpos sin vida, cuerpos con vidas estúpidas pero peligrosamente hambrientas. Hoy tenemos señales de un final de mundo algo extraño e incluso estúpido. Eso son esas cosas: estúpidos. Estúpidas señales de que algo allá arriba se está riendo de todos nosotros, sus juguetes imperfectos.”



Fuera, en el exterior, el sol brillaba con fuerza. Pero eso no importaba. Los que estaban en el exterior no admiraban ese tipo de cosas, tan sólo caminaban buscando algo que llevarse a la boca. Los pocos supervivientes que quedaban de toda esa locura, que eran ridículamente escasos, se escondían en sus casas, esperando el momento en el que alguien los ayudase a salir de allí. Lo que no sabían era que esa ayuda nunca llegaría. O quizás sí que lo sabían, pero no querían aceptarlo.

En una de estas pequeñas viviendas de cualquier edificio de cualquier lugar de Atlanta, una persona estaba de pié, en medio de su salón y con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha, la misma donde se podía ver una alianza en uno de sus dedos. Se trataba de un chico, alrededor de 26 años. Con el cabello largo, desmelenado y sucio. Tenía perilla, pero hasta ésta estaba hecha un desastre. Tenía los dos ojos negros, en ese momento ambos brotando un pequeño reguero de lágrimas. Lágrimas de tristeza, lágrimas de rabia, de dolor, de impotencia. Su ropa estaba sucia, tanto de manchas como de sangre. El cuchillo de su mano seguía goteando cuando se derrumbó en el suelo, de rodillas. Lo dejó caer, y más lágrimas cayeron por su rostro. ¿Cómo habían llegado hasta esa situación? Delante de él estaba su chica, o lo que quedaba de ella. Ahora era uno de ellos. Había sido mordida por una de esas cosas, aunque quizás no está bien llamarle “cosa” a tu propio hijo de dos años. Ahora ella estaba agonizando, a punto de morir por fin. Isaac no lo soportó más. Recogió de nuevo el cuchillo y lo plantó en la frente de la que ya no iba a ser nunca más su joven mujer. Cerró los ojos, ese no era el último recuerdo que quería conservar sobre ella. Dejó de moverse. Isaac volvió a llorar otra vez. Y ésta vez no se contuvo con los gritos. Al igual que tampoco lo había hecho cuando se encargó del otro infectado de esa casa: su propio hijo.

Cada día en ese piso fue un suplicio a partir de ese momento. El cuerpo sin vida de su mujer, todavía sentado en el sofá como si fuese una macabra reina. El cuerpo del pequeño de la casa seguía en su cuarto, pero Isaac no quiso volver a verlo. Varias veces estuvo a punto de acabar con todo allí y ahora. Clavarse el cuchillo en el pecho y darle fin a toda esa oscuridad. Pero no podía, algo dentro de él le pedía a gritos que sobreviviese. Quizás era su familia, desde el otro lado, quienes querían que a pesar de todo luchase por su vida. Por lo tanto, Isaac no llegó a abrazar a la Muerte, pero estuvo a punto de besarla varias veces.

Entonces, un día, se dio cuenta que no quedaba nada en la casa para llevarse a la boca. Pero tenía un gran problema. Si se quedaba allí, moriría de hambre, tarde o temprano. Si salía al exterior, seguramente acabaría él mismo siendo la comida de alguien. Eso si lograba salir fuera. Le había costado retener a su mujer una vez convertida en una de esas cosas, quizás no tuviese tanta suerte esta vez. Fuera como fuese, quedarse allí enterrado en vida no iba a arreglar absolutamente nada. Por lo tanto, aunque fuese una locura, decidió salir al exterior.

Pero antes había que prepararse bien. Lo primero que hizo fue acudir al dormitorio del pequeño. Estuvo a punto de volver a llorar cuando miró las letras de juguete pegadas en la puerta formando su nombre. Una vez dentro de la habitación, cogió una manta del armario y la extendió por encima del cuerpo, echando una última mirada. No lo pudo evitar, pero sí que lo lamentó durante mucho tiempo. Finalmente salió de la habitación y caminó hasta el cuarto de baño. Se quitó la ropa lentamente. Abrió el grifo de la ducha. A pesar de todo, el agua seguía caliente. Quizás ese iba a ser el último baño de agua caliente en mucho tiempo. Decidió aprovecharlo bien. Tras enjabonarse todo el cuerpo y aclararse, se permitió llorar una vez más. Se puso de cuclillas, con las manos por su cabeza. Se lo permitió de nuevo, una más. Después de esa, no volvería a hacerlo.

-No sirve de nada hacerlo… No sirven de nada las lágrimas –dijo, su voz sonó entre lloros y suspiros- Todo esto es tan… tan…

No fue capaz de seguir. Cuando por fin el agua comenzó a salir un poco más fría, se puso de pié y salió de la ducha. Se secó con una toalla, y un ligero olor le llegó hasta la nariz: el perfume de su mujer, la reina macabra del salón. Pero se había prometido no llorar más. Se miró en el espejo. La perilla ya no existía, ahora su cara mostraba una barba larga. Decidió afeitarse, dejándose de nuevo esos pelos en la barbilla. Quizás era una estupidez debido a la situación actual del mundo, pero al menos era una forma de recordarse a sí mismo quién era, quién había sido una vez. Regresó a su cuarto y se vistió. Escogió una camiseta negra de algún grupo musical y unos pantalones pirata. Unas zapatillas deportivas y una mochila. La mochila era importante. Dentro estaban sus “obras”, como le gustaba llamarlas. Esas historias que escribía en su tiempo libre. Todavía tenía dentro muchos folios blancos y bolígrafos con tinta. No sabía a dónde iba, ni qué le esperaba en el mundo, pero al menos siempre tendría eso a mano para poder escribir, expresarse y sentir con las letras.

Regresó al salón, el cual conducía hasta la puerta de salida. Observó a su mujer. A pesar de su piel ennegrecida y podrida, seguía siendo bella. Estuvo a punto de darle un beso de despedida, pero decidió no hacerlo. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero la opción de un virus era la más sonada por dentro de su cabeza. Prefirió no arriesgarse. La contempló por última vez, y salió por la puerta, no sin coger antes el cuchillo del suelo, todavía manchado de sangre.

Abrió la puerta muy despacio, intentando hacer el menor ruido posible. No lo consiguió. Pero por suerte no había nadie al otro lado. Nadie vivo, nadie muerto, ni nadie muerto viviente. La cruzó y llegó al pasillo del edificio. Había silencio, demasiado silencio. Pero eso quizás era bueno. Cerró la puerta, no le gustaría que algunos animales entrasen y devorasen a su familia. Eso le hizo acordarse de Chispas, su gato negro. El cual había desaparecido, sin más. Pero teniendo en cuenta que siempre estaba con el niño pequeño, no era difícil adivinar dónde se encontraban los restos del pobre gato.

Logró llegar hasta el ascensor. Pero no funcionaba, no le sorprendió demasiado. Se acercó a las escaleras. Antes de bajar, echó una mirada. No parecía haber nadie. Comenzó a bajar, lentamente, sin hacer ruido. Con el cuchillo en la mano, podía notar los latidos del corazón llegando a su cabeza. Tuvo bastante suerte ya que no se cruzó con ningún caminante. Sin embargo, cuando por fin estaba llegando al último piso, escuchó pisadas. Se detuvo en seco, se apoyó en la pared y tragó aire. Se concentró. Fue cuando tomó una decisión. Tal y como estaban las cosas tenía que escoger un bando: o cazar o ser cazado. Por una parte le repugnaba la idea de acabar con aquellas cosas, a pesar de que eran simples criaturas que parecían salidas de un videojuego. Pero por otro lado, eran simples monstruos, demonios oscuros que habían venido a comerse a los vivos. Esto era una guerra. Y no tenía la menor intención de quedarse en el bando de los perdedores. De nuevo tomó aire, sujetó con fuerza el mango del cuchillo y salió de su escondite. Levantó la mano con fuerza (el anillo aún brillaba en su dedo) y ya estuvo a punto de clavar el arma en su contrincante, cuando se detuvo en seco.

-¿Pero qué coño…? –exclamó. Logró detener el cuchillo a escasos centímetro de la cara de la niña.

Delante de él se encontraba una niña. Por su apariencia debía de tener tan solo once o doce años. Tenía el pelo largo y rubio, pero sucio y descuidado. Su cara, además de llevar una expresión de susto de muerte, estaba sucia. Llevaba un vestido azul de una sola pieza, roto y manchado por diferentes partes. La niña miró el cuchillo con terror, y luego miró a los ojos a Isaac, con desconfianza.

-¿Quién eres tú, pequeña? –preguntó Isaac, bajando el cuchillo y apartándolo de la vista de la joven- ¿Qué haces tú sola aquí?

-Yo… yo… Me llamo Nikki –dijo la pequeña, su voz sonaba con nerviosismo, seguramente debido al impacto del encuentro, además de lo que podía haber visto en el exterior.

-¿Y qué estás haciendo aquí tú sola? ¿Vives aquí?

-No, señor. No vivo aquí… Mis padres… ellos…

La niña pareció a punto de llorar. Sin embargo, Isaac comenzó a caminar, pasando por su lado, dejándola un poco sorprendida. Caminó hasta la puerta de salida del edificio y, antes de salir, miró hacia atrás.

-¿Es que piensas quedarte ahí todo el día, Nikki? –preguntó Isaac, con un rostro que mostraba indiferencia- Me da igual si vives aquí, me da igual cómo has llegado y me da igual qué le ha pasado a tus padres. ¿Qué te lo he preguntado yo? Puede ser, pero en cuanto he visto que tardabas demasiado en hablar debido a tu traumatizante estado he cambiado de idea. Ahora dime, ¿vas a quedarte ahí, o vienes conmigo?

La niña lo analizó con la mirada. Realmente estaba descolocada. Asustada y asombrada por igual. Sin embargo, a pesar de todo, ella estaba allí buscando algo, y ese hombre parecía tener algo interesante. La niña caminó hasta ponerse a su lado. Isaac miró al exterior. La pequeña no se dio cuenta, pero en ese momento se dibujó una sonrisa de alegría en el rostro de Isaac. Quizás ni él mismo se dio cuenta. Abrieron la puerta y salieron al podrido mundo del exterior.

Fuera el sol brillaba como si fuese el último día en que lo fuese a hacer. Isaac también notó que hacía demasiado calor. No tenía la más mínima idea de a dónde podían dirigirse, pero lo primero era darse un buen banquete. Hay ofertas especiales en los fines del mundo, siendo la más suculenta la que dice que todo es para quien se lo encuentre.

Nikki intentó adelantarse, asomando la cabeza, pero pronto Isaac se puso delante, no sin lanzarle después una mirada fulminante. Nikki miró al suelo. Casi parecían un padre y una hija cualquiera, aunque por la diferencia de edad no encajaba demasiado.

Por fin comenzaron a caminar por el exterior. Por el momento había tranquilidad. Coches aparcados en mitad de la carretera, hojas de periódicos esparcidas por todas partes, cabinas de teléfono rotas. Sangre. Cadáveres. Pero, por suerte, de momento ninguno de ellos se ponía de pié.

-Me pregunto cómo una niña como tú pudo sobrevivir sola a todo esto –exclamó Isaac.

-Pensaba que no te importaba nada sobre mi vida –dijo Nikki, ya sin ningún tipo de nerviosismo. De hecho, su entonación sonó como una burla, un enfado infantil.

Isaac la miró de reojo. Iba a decirle algo, cuando un ruido alertó a ambos. Isaac en ese momento todavía era demasiado novato en cuanto a la supervivencia, por lo que su reacción no fue demasiado profesional. Simplemente inclinó la espalda hacia delante, cogió el cuchillo de su cintura y comenzó a caminar lentamente.

-¿Vas a cazar un zombie o vas a poner un huevo? –dijo Nikki, casi sonriendo.

Isaac le lanzó una mirada extraña. ¿Cómo podía esa niña estar tan tranquila en este mundo? ¿Cuánto tiempo llevaba ella viviendo en esa situación hasta tal punto que podía bromear como si todo fuese normal? Prefirió no pensar mucho en ello. Dolor. Eso fue lo que sintió en ese mismo momento. Dolor al recordar a su mujer y a su hijo. Pero eso es otra historia, ahora era el presente. Y sus ojos descubrieron al culpable de los ruidos. Era una de esas cosas.

Nikki también lo miró, por lo que se puso seria. Isaac agarró el cuchillo con fuerza. Debía hacerlo, ya que si no se le iba a caer al suelo debido a lo que le estaban sudando las manos. Ambos se agacharon y caminaron rápidamente escondidos entre los coches, hasta que estuvieron a una distancia cercana de esa cosa. Era un hombre, o al menos lo había sido en otra época. Debía de llevar bastante tiempo muerto, ya que le faltaba la mandíbula inferior, su piel estaba muy podrida e iba casi desnudo. Caminaba muy lento, y producía un gruñido repelente. Isaac se calmó al verlo. ¿Tanta tensión para esto? ¿Estas eran esas feroces criaturas que habían ocupado el mundo? No eran muy diferentes de lo que te encontrabas un sábado a altas horas de la madrugada.

Nikki le cogió de la camiseta, señal de que quería algo. Isaac no le hizo el menor caso, la situación estaba completamente controlada. Le clavaría el cuchillo a esa cosa en la cabeza y así habría uno menos en el bando contrario. Comenzó a acercarse, lentamente y por detrás. Nikki volvió a tirarle de la camiseta. Isaac ahora hizo un movimiento brusco, para soltarse de ella. Fue casi violento. Cogió carrerilla y se lanzó al muerto viviente. El cuchillo atravesó su cabeza como si lo estuviese clavando en mantequilla. No pudo evitar sonreír.

-¿Ves, enana? –preguntó, elevando la voz- ¡Tranquila, descuartizaré y decapitaré de forma violenta a todos estos putos zombies por ti!

Tras decir eso comenzó a reír a carcajadas. Si se estuviese mirando a sí mismo, no se hubiese reconocido. Se giró para observar a Nikki. Su idea era ver su rostro de sorpresa, incluso puede que admiración. Sin embargo, encontró una cara de terror, de pánico. Cerca de ellos, al otro lado de la calle que hasta ese momento no se miraba, había un pequeño ejército de caminantes. Todos caminaban en su dirección, sin duda los gritos histéricos de Isaac habían captado sus atenciones. En ese momento comprendió qué era lo que tanto le estaba preocupando a Nikki. La miró directamente a los ojos. Y se sorprendió. Sus ojos… había algo diferente en ellos.

-Lo siento muchísimo –dijo la pequeña.

Isaac no tuvo tiempo ni de preguntar. Nikki se lanzó hacia él y estiró una pierna, proporcionándole una patada en la entrepierna. A pesar de su cuerpo pequeño, la chica tenía fuerza. Isaac se inclinó, dolorido, con los ojos de par en par y sudando por la frente. Quiso preguntar qué estaba pasando allí, pero realmente casi no hacía falta. Aquello era como una guerra, y en una guerra hay aliados y enemigos. Pero también existen las traiciones. Nikki recogió rápidamente el cuchillo del suelo y lo guardó en su ropa. Luego llevó una mano hasta la mochila. A pesar del dolor, Isaac la agarró como mejor pudo. Nikki hizo fuerza para intentar robarla, pero no fue capaz.

-¿Qué hay dentro? ¡Quiero lo que hay dentro! –gritó- Nuestro grupo necesita provisiones, no es nada personal.

Isaac sonrió. Agarró con fuerza la mochila. Quizás fuese una estupidez, pero iba a proteger con su vida aquellas historias. Aquellas hojas en blanco que llenaría a partir de ahora. Nikki se rindió, más que nada porque la horda de zombies estaba demasiado cerca.

-¡Que te follen, idiota! –gritó la pequeña repelente.

-Para ser una mocosa hablas como toda una puta de lujo –dijo Isaac, recobrando el aliento- Quizás te haya enseñado tu madre a hacerlo…

Nikki se fue corriendo. Isaac se puso de pié. Podía escuchar las pisadas acercarse. Ahora o nunca, huir o morir. Se acomodó la mochila a la espalda y echó a correr. Tuvo suerte, si no lo hubiese hecho una mano podrida le hubiese alcanzado el cuello.

Sus pasos le llevaron hasta unas galerías. Unas de esas que atraviesan varios edificios, y están llenas de tiendas y otros locales. Las recorrió enteras pero, cuando estuvo a punto de salir por el otro lado, descubrió varios caminantes, los cuales al verle caminaron hasta él. Por lo tanto, retrocedió sobre sus pasos y regresó a la entrada, donde otro grupo le esperaba. Sin duda, él solito se acababa de meter en una trampa mortal, los zombies le rodeaban por ambos lados. Se quedó en medio de las galerías, casi esperando su muerte. Pero fue entonces cuando miró la tienda. Sorprendido, miró el escaparate. Era una tienda con objetos clásicos de diferentes partes del mundo. Había libros, objetos de decoración, objetos que no reconocía… y lo que más llamó su atención. Colgadas en una pared, había varias espadas japonesas, varias katanas. No se lo pensó dos veces. Le dio una patada al cristal con todas sus fuerzas. No rompió a la primera. Le proporcionó otra patada. Dos, tres, cuatro más. Los caminantes se acercaban por ambos lados. Tras insistir, el cristal finalmente rompió dejando un agujero bastante grande. Isaac se metió dentro, aunque al hacerlo se rasgó una pierna con uno de esos cristales, cortándose bastante. Lanzó un grito de dolor, pero el dolor iba a ser mucho más y más mortal si seguía allí sin hacer nada. Terminó de entrar dentro, y cogió la primera de las katanas que tuvo a mano. Tenía el mango azul. La desenvainó y esperó.

Pronto llegaron los caminantes. Algunos daban vueltas sin más, bastante perdidos. Uno de ellos acudió hasta el escaparate, seguramente alertado por la sangre de los cristales. Isaac se quedó mirándolo. A pesar de todo, tenerlo de frente, le impresionaba, y mucho. Agarró el mango de la katana, sin siquiera reparar en la hoja. Y finalmente la blandió. Sin embargo, esa cosa rebotó en el caminante de forma absurda, casi humillante.

-¿Pero qué cojones? –exclamó Isaac, confuso.

Fue cuando reparó en la katana. No era una katana real, parecía de plástico. Observó para la pared, en la pegatina de la que tenía en sus manos ponía “Katana de juguete, imitación”. Isaac suspiró. Pero el caminante ahora estaba entrando. A este paso todo iba a acabar muy mal. Observó las pegatinas. Leyó una que ponía “Muramasa”. Tenía la funda de color roja, y el mango igual. Además, tenía detalles de letras japonesas grabadas en él, de color dorado. La desenvainó, lentamente. Y se quedó sorprendido al verse reflejado en el metal del arma. Sus ojos, su pelo… ¿Era realmente él ese del otro lado? ¿Cómo había llegado hasta ese estado? No le importó demasiado. Terminó de quitar la vaina y la miró. Esta vez era de verdad, esta vez era afilada, mortal, peligrosa. Era una buena opción, las pistolas consumen balas, y éstas acabarán tarde o temprano. Además, tampoco consumía batería o gasolina. Era una buena opción, sólo había un pequeño problema: no tenía ni puta idea de cómo manejarla. Pero ya habría tiempo de aprender, ahora no podía perder el tiempo. Tenía delante de él la primera prueba. Sin pensarlo dos veces, blandió la katana. Con fuerza.

La cabeza del zombie se desprendió de su cuerpo. El cuerpo decapitado cayó delante de Isaac, dejando brotar sangre de la zona cortada. Tampoco salió demasiada, no le debería de quedar mucha dentro. Isaac volvió a mirar la katana. Por alguna razón que desconocía, sintió ganas de acabar con todos los que estaban ahí fuera. Y, ¿qué se lo iba a impedir?

Salió al exterior. Para ello tuvo que pasar por encima del caminante sin cabeza. ¿Y? Paso por encima. Solo era basura, una más para un mundo llena de ella. O al menos eso pensaba en ese momento, si es que se le puede llamar pensar a eso. Logró salir fuera, y fue cuando comenzó la carnicería.

Varios caminantes intentaron rodearlo. Decir rodear quizás sea exagerado, pues no tuvieron nunca ninguna oportunidad de hacerlo. Isaac agarró con fuerza la katana y, sin ningún tipo de expresión en su cara y con unos ojos fríos como el hielo (estaban más oscuros que nunca, sin vida, sin emociones) comenzó a blandir su arma. Cabezas, brazos, diferentes partes de cuerpos… Todo volaba por el aire y caía al suelo, llenándolo todo de sangre y formando una orgía macabra cuando todo se juntaba en el suelo. Isaac descubrió que esa arma no era solo muy efectiva, sino que también se sentía a gusto con ella, a salvo. Además, no hacía ruido. Cuando fue consciente de ello, estaba rodeado por más de una docena de cuerpos. No todos enteros. No todos reconocibles. Cuando terminó, se relajó.

Su respiración fue fuerte. Se calmó. Miró la katana, estaba empapada de sangre. Lo mejor era lavarla en alguna parte, podía ser peligroso, contagioso. O simplemente asqueroso.

Salió por las galerías. Hubo más caminantes a la distancia, pero prefirió evitarlos. A pesar de todo, cada vez que veía sangre volando la imagen de su familia muerta se cruzaba por su mente, como si todo fuese un castigo. Pero él no estaba haciendo nada malo. O al menos así lo pensaba. Estaba sobreviviendo. Este mundo ya no pertenecía a la cordura. Además, no era difícil acabar con un zombie estúpido. O eso pensaba, lo que vino a continuación le mostró que no era así.

Un grito. Eso fue lo que comenzó su última tarea de ese día. Un grito femenino, y le sonó muy familiar, casi podía asegurar que se trataba de esa pequeñaja ladronzuela. Comenzó a correr en su dirección, a pesar de todo no le guardaba rencor. Eran tiempos difíciles, seguramente él mismo acabaría haciendo algún día cosas peores para sobrevivir. Además, no era más que una cría.

Corrió y corrió, pero los gritos cedieron. ¿Demasiado tarde? Cruzó una esquina y descubrió la escena. Detrás de un contenedor volcado, varios caminantes estaban de rodillas, comiendo algo del suelo. Isaac se temió lo peor. Corrió hasta allí, con el corazón en un puño. Por un momento, el brillo volvió a sus ojos. Llegó hasta ellos, eran un total de tres. A uno le clavó la katana en la cabeza, a otro se la partió en dos y al tercero le dio una patada, lo tiró al suelo y a continuación clavó la katana entre sus ojos. Miró para el suelo. Era Nikki. Estaba muerta.

Se quedó mirando para ella. Debería sentir ira, tristeza, impotencia, asco, odio. Sin embargo, lo único que sintió fue amor. Ni él mismo lo comprendía, pero le dieron ganas de recogerla del suelo, abrazarla y besarla en la frente. Era un pecado que una niña tan bonita como esa acabase de una manera tan desagradable. Isaac finalmente cerró los ojos. Recogió la katana y se dio la vuelta, dispuesto a marcharse de allí.

No dio ni dos pasos cuando escuchó ruidos detrás. Se giró. Como sospechaba, la infección se traspasaba al morder. Nikki estaba de pié, si es que se le podía llamar todavía de esa manera. Su cabeza estaba inclinada. Sus ojos apagados y su piel ya con tono oscuro. Lanzó un gruñido. Isaac la miró, primero con cara triste. Estuvo a punto de llorar de nuevo, pero se había prometido no hacerlo. Finalmente agarró su katana. La dejó andar unos pasos, como para ofrecerle una última posibilidad de caminar por este mundo. Pero no lo hizo durar mucho más.

-Lo siento… -dijo Isaac- Lo siento de verdad.

Sus ojos volvieron a ser fríos, oscuros. Blandió la katana.



“Todo ha cambiado, y los encargados de esta broma macabra no reparan en las edades de sus peones del infierno. Se han perdido las risas, se han borrado las sonrisas. Ni siquiera hay tiempo para llorar, solo hay tiempo de vivir. De seguir viviendo, aunque para ello tengamos que hacer las mayores atrocidades que ni siquiera en nuestras pesadillas hubiésemos podido imaginar.”

(1.) TWD: Separate Ways.


Capítulo 1.
Iris

“¿Os habéis preguntado alguna vez lo que sería la vida si os arrebatasen todo cuanto os importa? Porque yo nunca me lo había planteado, nunca lo había ni siquiera analizado por un momento, nunca había experimentado nada parecido… Hasta ahora.”

La sangre pintaba el suelo cual campo de amapolas floreciendo. Salpicaduras, manchas, charcos e incluso caminos de esa sustancia rojiza sobresaltaban a cualquier ojo humano que permaneciese en aquella habitación, ojos que a su vez quedarían impactados ante la escena que ese día marcaría la vida de una chica y su inofensiva mascota, un perro labrador color canela de apenas 11 meses llamado Daxter.

El animalito lloraba al lado de su ama que se mantenía arrodillada ante los cuerpos fallecidos de sus padres. El cadáver del Sr. Redfield tenía un aspecto sobrecogedor, rostro pálido, ojos inyectados en sangre, mordeduras por cada dos centímetros de su cuerpo; era algo así como un saco de carne putrefacto. Por otro lado, la madre de la criatura de 20 años, no se mantenía tan estropeada como su marido, pero esa opinión se modificaba automáticamente al bajar la mirada al estómago de la misma. Allí, se podía observar con total claridad como la barriga de la víctima había sido fuertemente desgarrada, abriendo dicha zona de par en par dejando a vista de todos cada uno de los órganos que forman el cuerpo humano.

Iris, que no se había separado ni un momento de aquel escenario, llevaba cerca de media hora en la misma posición sin derramar ni una lágrima, sin pronunciar ninguna palabra, y sin apartar la mirada ni tan siquiera un segundo. Cada uno de sus músculos palpitaba como si llevasen un corazón propio, y su rostro, manos y ropa permanecían igual que el resto del salón, completamente manchados de un rojo intenso.

La puerta del piso que se encontraba a mano derecha de la traumatizada joven se abrió bruscamente. La chica giró entonces la cabeza, poco a poco, asustada, atemorizada, con deseos de que fuera lo que fuera aquello que entraba a la sala, se tratase de algo normal, una persona en carne y hueso que no estuviese dañada por ningún tipo de mordisco o arañazo,  puesto que de ninguna manera deseaba volver a repetir lo que acababa de hacer con su familia.

- ¡Joder! –gritó el individuo que acababa de aparecer cerrando tras de sí la puerta y colocándose apoyado tras ésta.

Iris abrió los ojos de par en par alegrándose de alguna manera de ver que su hermano se encontraba bien, aunque a pesar de sentir “felicidad” ante aquel desastre, se veía incapaz de mostrarla de cara al público. La morena de pelo largo y vestimentas más que sucias se levantó costosamente del suelo, permanecer en la misma postura durante tanto tiempo le había encogido los músculos, pero era fuerte, y aquello no le iba a impedir erguirse.

Mantuvo la compostura y la mirada fija ante Jake que la observaba con los ojos humedecidos y aterrados mientras que al mismo tiempo respiraba ajetreadamente y trataba de mantener la calma de algún modo.



- Iris, escúchame, esto no es culpa tuya, ¿me oyes? Todos están volviéndose locos atacándose entre sí –respiró hondo y volvió a tomar aire para continuar hablando- Préstame atención, cámbiate de ropa lo más rápido que puedas, coge una mochila, lo que sea, llénala de agua y comida y salgamos de aquí. Yo voy a vigilar la puerta. ¡Date prisa!

La chica asintió sin soltar ni un segundo el cuchillo de su mano derecha. Corrió a toda prisa al aseo donde abrió el grifo del agua y comenzó a limpiarse, desnudándose y tomando a su vez de la habitación de al lado unos vaqueros flexibles y cómodos de color negro como el carbón y una camiseta de tirantes ajustada azul turquesa. Su calzado fueron unas botas de caza del mismo tono que sus pantalones, regalo que su madre le hizo meses atrás junto a unos guantes sin dedos.

Tras unos leves minutos y cuando ya estuvo medianamente preparada, entró de nuevo a su cuarto y se colocó frente a un espejo que tenía delante de su cama, donde se encontraba un mueble de madera repleto de cajitas con pendientes, colgantes y anillos valiosos de la joven. Abrió una de ellas, decidida y como si supiese cual de todos aquellos objetos iba a coger, y tomó un colgante con cuerda de cuero negro acompañado de un pedazo de plata con forma de ojo que a su vez tenía tallado a máquina la forma del iris y pupila.

Inhaló aire acercándose a la mesilla de noche que se situaba justo al lado de su colchón, y la abrió buscando entre algunos trastillos una foto de su familia que guardaba siempre allí. Al pasar unos segundos, la cogió observándola con cariño y la guardó en el bolsillo de su pantalón.

Más tarde, se colgó aquel colgante tan simbólico para ella y rebuscó en su armario una mochila de cuero marrón que solía portar siempre consigo. Se dirigió a la salida, echando un último vistazo a aquel rincón de sus secretos con paredes semejantes al color del cielo, y suspiró por último, cerrando la puerta tras de sí y corriendo a toda velocidad a la cocina, siempre acompañada por Dax, como ella llamaba a su perro.

Guardó dos botellas de agua de litro y medio y varios pedazos de pan envueltos en servilletas. Seguidamente fue derecha a la nevera donde tomó algún que otro pedazo de queso que envolvió esta vez en papel de aluminio para que no se echasen a perder, y finalmente, abrió un cajón donde sin lugar a dudas, sacaría más de un cuchillo de grandes dimensiones con el que poder defenderse de aquellos psicópatas de sospechosa aparición.

Se preparó lo mejor y más rápidamente que pudo y se colocó junto a su hermano, ofreciéndole un cuchillo de carnicero que le resultaría bastante útil. Él, negó con la cabeza y le mostró el arma que guardaba tras su pantalón, una pistola de 9mm de la comisaría de policía de Atlanta.

Jake, era un chico de elevada estatura, tampoco podía dárselas de jugador de baloncesto, pero le sacaba una cabeza a su hermana. Su rostro era fino, al igual que el de Iris. Tenía unos labios perfectamente simétricos, no eran ni demasiado carnosos ni demasiado finos, siempre acompañados de una barba de tres días que lo hacía más atractivo. Sus ojos eran azules claros semejantes a los de su padre, en los que se creaban pequeñas bolsas al reír. A su favor, también portaba con una dentadura perfecta, casi impecable. Lo único que podía estropearle un poco el físico era su pelo corto y fino, aunque abundante, que nunca peinaba. Además, era de cabello castaño, de vista al Sol incluso parecía tener pequeños mechones rubios.


Por otro lado, Iris, era una chica de esbelta figura, pecho abundante y curvas de mujer a sus 20 años, 5 menos que su hermano. Morena y de largo pelo, poseía unos ojos que la hacían única, oscuros en la oscuridad, verdes a la luz del día. Al igual que Jake, sus dientes eran de envidiar, y se mantenía siempre con una sonrisa en la cara, aunque en esta situación no le resultaría nada fácil.

El chico, a su vez, trabajaba para la comisaría de policía y eso explicaba al acto por qué poseía un arma de fuego a mano. Aún así, en un momento de este calibre lo mejor era que aquella pistola fuese el último recurso a utilizar, puesto que cuanto menos ruido hiciesen, menos enemigos atraerían. Jake tomó aire y sonrió nervioso.

- Si te estás preguntando si tengo un plan, sí, lo tengo, pero primero tendremos que salir de aquí vivos –expulsó todo el aire que tenía en sus pulmones y se apartó de la puerta, intercambiando posición con Iris- No te separes de la puerta, voy a traer algo.

La chica volvió a asentir como anteriormente hizo y tragó saliva mientras esperaba en la puerta a su hermano. Daxter, por otro lado, observaba sentado a su dueña. A través de sus ojos se podía ver cómo el animal estaba muerto de miedo. Iris le miró y se agachó acariciándolo, terminando por besarle la cabeza. A los pocos minutos, Jake apareció de nuevo en el salón con un bate de baseball, posando una de sus manos en el picaporte de la puerta que habían mantenido vigilada durante todo este tiempo.

- No te separes de mí, mantente pegada a mi espalda cada segundo, corre si me ves correr, huye si me cogen y sobre todo… Si a Dax se le ocurre la genial idea de escabullirse, no vayas detrás de él.

Iris giró su mirada a Daxter que seguía impasible, y volvió a mirar hacia el frente.

- Bien. Allá vamos.

Dicho aquello, el joven Jake abrió la puerta decidido y miró hacia los lados vigilando cada paso que daba. Al ver que no había nadie, hizo un gesto con su mano derecha para que le siguiesen. Continuó caminando a lo largo de todo el pasillo hasta llegar a las escaleras y empezó a bajar poco a poco siempre con el bate preparado. Cuando llegaron al 2º piso analizó el escenario lado por lado para ver que no había peligro de ser atacados, pero esta vez, con menos suerte, habían un par de caminantes, uno a cada extremo del pasillo.

Jake maldijo por lo bajo echándose hacia atrás y subiendo varios escalones para arriba e Iris se mantuvo constantemente a su lado con el cuchillo en mano. Una sucesión de sonidos comenzó a oírse por toda la escalera que resonaban en los oídos de los humanos arañando sus tímpanos y creando una sensación de angustia que parecía encogérseles el corazón.

Uno de los muertos vivientes se colocó frente a Iris con los brazos extendidos para cogerla, pero Daxter reaccionó rápidamente y saltó sobre él tumbándolo contra el suelo. Una vez lo tuvo en esa posición, el perro volvió junto a su ama que le hizo un gesto, y Jake le remató con un fuerte golpe en la cabeza.



A su vez, el otro caminante se dirigía al lado del mismo e Iris se acercó rápidamente dándole una patada en el estómago para mantener distancias y clavándole el cuchillo en la cabeza una vez éste retrocedió, como si de partir un coco se tratase. Seguidamente, se tapó la boca angustiosa por la escena y dio alguna que otra arcada a punto de vomitar.

Jake se posó tras ella rodeándola con uno de sus brazos y le besó la mejilla tratando de tranquilizarla. Segundos más tarde le susurró.

- Vamos, tenemos que seguir así. No te separes de mí.

Los jóvenes prosiguieron su camino, y bajaron hasta el piso número 1. A diferencia del 3º y 2º había de esos monstruos por todas partes, y ahí no tendrían opción de sobrevivir atacando.

- Reunión de vecinos, estupendo. –bromeó el chico tratando de algún modo calmarse.

Visto aquello, Jake tomó la mano de su hermana y corrió a toda velocidad bajando una vez más por las escaleras hasta el último piso. Los caminantes se percataron de todo y persiguieron a los tres supervivientes a toda prisa, sedientos de carne y sangre.

En la planta baja, había otros tres cercanos a la puerta de salida y Jake no tuvo otra opción. Soltó la mano de Iris y sacó su pistola disparando a las tres cabezas que se posaron en frente lo más rápido que pudo. Tras aquello corrió hacia la puerta abriéndola rápidamente y dejando pasar a sus compañeros. Cuando estuvieron fuera cerró la salida y suspiró.

Pasaron unos cinco minutos corriendo no a demasiada velocidad para no agotarse demasiado y se pararon junto a una pared de un edificio viendo que no habían moros en la costa.

- ¿Recuerdas aquella tienda familiar donde iba muchas veces mamá a comprar? Tenemos que dirigirnos allí, es un sitio pequeño, tendremos comida y estaremos encerrados sin que nadie nos vea. Desde allí podremos pensar un plan mejor para salir de Atlanta. –tomó aire y volvió a coger el ritmo para proseguir, aunque sin esperarlo Iris tomó su mano y tiró del cuerpo de su hermano hacia ella.

- ¿Y si hay más de esos zombies…? –preguntó preocupada con cierto temblor en la voz.

- ¡Vaya! Has hablado, por un momento pensaba que te habías quedado muda. –rió con cierta tristeza en la voz y apretó la mano de ella con fuerza- Pues… Si hay de esos monstruos… Tendremos que deshacernos de ellos como podamos y adentrarnos en la tienda, no tengo un plan mejor.

- Jake… yo… -de alguna manera Iris quiso decirle lo ocurrido en casa cuando los padres de ambos muchachos se transformaron en esos seres, pero no le salían las palabras.

- No fue tu culpa, Iris, ¿me oyes? Es lo que tenías que hacer –acercó su frente a la de la morena y la miró a los ojos- Si quieres que yo viva, tú tienes que mantenerte con vida también, ¿de acuerdo?

Iris lo abrazó con todas sus fuerzas, tanto que incluso parecía sentir cada centímetro de su cuerpo en el suyo propio. Se separó de él a los pocos segundos y le sonrió con amplitud aunque con cierta tristeza.

- Así me gusta. Sigamos.

Pasaron por varias aceras, unas menos pobladas que otras. Corrieron de un lado hacia otro esquivando todo cuanto se les ponía por delante, mientras que al mismo tiempo veían cómo algunos devoraban habitantes de Atlanta que huían despavoridos también de aquellos seres.

El corazón les bombeaba a una velocidad vertiginosa, parecía escapárseles del pecho. El aire les acariciaba la cara acompañados por gotas de sudor que comenzaban a escaparse de los poros de sus cuerpos a la vez que el oxígeno les comenzaba a escasear. Pasaron calles y más calles, de algunas incluso se llevaron más compañeros, estos menos vivos que ellos, por supuesto, e Iris, que perdía la fuerza de sus piernas puesto que no acostumbraba a estar tan en forma como Jake, cada vez corría más lenta.

- ¡Vamos, Iris, queda poco! ¡Vamos, vamos!


Alcanzaron finalmente la tienda, los caminantes permanecían a unos largos metros de ellos pero entrar allí con aquellos seres detrás iba a ser un suicidio puesto que en cuestión de segundos acabarían rompiendo la protección antirrobos y la puerta. Así pues, Jake abrió el recinto, empujó a Iris hacia dentro tirándola con fuerza contra el suelo, le dejó el bate a su lado y la pistola, y cerró la puerta junto a la protección de verjas.

- ¡Jake! ¡¿Qué haces?! –gritó Iris tras percatarse de lo que trataba de hacer su hermano.

- Sobrevive, hermana.

Sus ojos azules se quedaron clavados durante unos segundos a los de Iris que por otro lado sentía que acababan de apuñalarle el pecho. Ésta, se colocó al otro lado de la puerta, acariciando el cristal como si pudiese sentir a Jake, y él respondió moviendo los labios para enviarle un mensaje; “Juntos. Siempre. Te lo prometo.”

El joven se apartó de allí moviendo los brazos para atraer a la multitud de humanos sin vida y corrió alejándose de la tienda donde había dejado a probablemente, la persona que más quería en su vida. Daxter, por otro lado, ladraba, una manera de expresar el dolor que también sentía él por dentro, e Iris simplemente gritó. Muy, muy fuerte.

- ¡¡¡JAKE!!!


“¿Os habéis preguntado alguna vez lo que sería la vida si os arrebatasen todo cuanto os importa? Ahora creo saber la respuesta. Vivir sin lo importante es como vivir sin sentir. Te dejan vacía de todo, sientes que no vale la pena continuar, no puedes aferrarte a nada… Sólo te queda sobrevivir. Sobrevivir sin más.”

Intro TWD: Separate Ways.