domingo, 1 de abril de 2012

(2.) TWD: Separate Ways.


Capítulo 2.
Isaac



“Hasta ayer todo era aburridamente perfecto. Tenía mi familia, a mi chica y a mi pequeño. Tenía un trabajo deprimente y un coche de segunda mano. Mi gato dormía en nuestra cama. Hoy tenemos diferentes señales. Cuerpos sin vida, cuerpos con vidas estúpidas pero peligrosamente hambrientas. Hoy tenemos señales de un final de mundo algo extraño e incluso estúpido. Eso son esas cosas: estúpidos. Estúpidas señales de que algo allá arriba se está riendo de todos nosotros, sus juguetes imperfectos.”



Fuera, en el exterior, el sol brillaba con fuerza. Pero eso no importaba. Los que estaban en el exterior no admiraban ese tipo de cosas, tan sólo caminaban buscando algo que llevarse a la boca. Los pocos supervivientes que quedaban de toda esa locura, que eran ridículamente escasos, se escondían en sus casas, esperando el momento en el que alguien los ayudase a salir de allí. Lo que no sabían era que esa ayuda nunca llegaría. O quizás sí que lo sabían, pero no querían aceptarlo.

En una de estas pequeñas viviendas de cualquier edificio de cualquier lugar de Atlanta, una persona estaba de pié, en medio de su salón y con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha, la misma donde se podía ver una alianza en uno de sus dedos. Se trataba de un chico, alrededor de 26 años. Con el cabello largo, desmelenado y sucio. Tenía perilla, pero hasta ésta estaba hecha un desastre. Tenía los dos ojos negros, en ese momento ambos brotando un pequeño reguero de lágrimas. Lágrimas de tristeza, lágrimas de rabia, de dolor, de impotencia. Su ropa estaba sucia, tanto de manchas como de sangre. El cuchillo de su mano seguía goteando cuando se derrumbó en el suelo, de rodillas. Lo dejó caer, y más lágrimas cayeron por su rostro. ¿Cómo habían llegado hasta esa situación? Delante de él estaba su chica, o lo que quedaba de ella. Ahora era uno de ellos. Había sido mordida por una de esas cosas, aunque quizás no está bien llamarle “cosa” a tu propio hijo de dos años. Ahora ella estaba agonizando, a punto de morir por fin. Isaac no lo soportó más. Recogió de nuevo el cuchillo y lo plantó en la frente de la que ya no iba a ser nunca más su joven mujer. Cerró los ojos, ese no era el último recuerdo que quería conservar sobre ella. Dejó de moverse. Isaac volvió a llorar otra vez. Y ésta vez no se contuvo con los gritos. Al igual que tampoco lo había hecho cuando se encargó del otro infectado de esa casa: su propio hijo.

Cada día en ese piso fue un suplicio a partir de ese momento. El cuerpo sin vida de su mujer, todavía sentado en el sofá como si fuese una macabra reina. El cuerpo del pequeño de la casa seguía en su cuarto, pero Isaac no quiso volver a verlo. Varias veces estuvo a punto de acabar con todo allí y ahora. Clavarse el cuchillo en el pecho y darle fin a toda esa oscuridad. Pero no podía, algo dentro de él le pedía a gritos que sobreviviese. Quizás era su familia, desde el otro lado, quienes querían que a pesar de todo luchase por su vida. Por lo tanto, Isaac no llegó a abrazar a la Muerte, pero estuvo a punto de besarla varias veces.

Entonces, un día, se dio cuenta que no quedaba nada en la casa para llevarse a la boca. Pero tenía un gran problema. Si se quedaba allí, moriría de hambre, tarde o temprano. Si salía al exterior, seguramente acabaría él mismo siendo la comida de alguien. Eso si lograba salir fuera. Le había costado retener a su mujer una vez convertida en una de esas cosas, quizás no tuviese tanta suerte esta vez. Fuera como fuese, quedarse allí enterrado en vida no iba a arreglar absolutamente nada. Por lo tanto, aunque fuese una locura, decidió salir al exterior.

Pero antes había que prepararse bien. Lo primero que hizo fue acudir al dormitorio del pequeño. Estuvo a punto de volver a llorar cuando miró las letras de juguete pegadas en la puerta formando su nombre. Una vez dentro de la habitación, cogió una manta del armario y la extendió por encima del cuerpo, echando una última mirada. No lo pudo evitar, pero sí que lo lamentó durante mucho tiempo. Finalmente salió de la habitación y caminó hasta el cuarto de baño. Se quitó la ropa lentamente. Abrió el grifo de la ducha. A pesar de todo, el agua seguía caliente. Quizás ese iba a ser el último baño de agua caliente en mucho tiempo. Decidió aprovecharlo bien. Tras enjabonarse todo el cuerpo y aclararse, se permitió llorar una vez más. Se puso de cuclillas, con las manos por su cabeza. Se lo permitió de nuevo, una más. Después de esa, no volvería a hacerlo.

-No sirve de nada hacerlo… No sirven de nada las lágrimas –dijo, su voz sonó entre lloros y suspiros- Todo esto es tan… tan…

No fue capaz de seguir. Cuando por fin el agua comenzó a salir un poco más fría, se puso de pié y salió de la ducha. Se secó con una toalla, y un ligero olor le llegó hasta la nariz: el perfume de su mujer, la reina macabra del salón. Pero se había prometido no llorar más. Se miró en el espejo. La perilla ya no existía, ahora su cara mostraba una barba larga. Decidió afeitarse, dejándose de nuevo esos pelos en la barbilla. Quizás era una estupidez debido a la situación actual del mundo, pero al menos era una forma de recordarse a sí mismo quién era, quién había sido una vez. Regresó a su cuarto y se vistió. Escogió una camiseta negra de algún grupo musical y unos pantalones pirata. Unas zapatillas deportivas y una mochila. La mochila era importante. Dentro estaban sus “obras”, como le gustaba llamarlas. Esas historias que escribía en su tiempo libre. Todavía tenía dentro muchos folios blancos y bolígrafos con tinta. No sabía a dónde iba, ni qué le esperaba en el mundo, pero al menos siempre tendría eso a mano para poder escribir, expresarse y sentir con las letras.

Regresó al salón, el cual conducía hasta la puerta de salida. Observó a su mujer. A pesar de su piel ennegrecida y podrida, seguía siendo bella. Estuvo a punto de darle un beso de despedida, pero decidió no hacerlo. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero la opción de un virus era la más sonada por dentro de su cabeza. Prefirió no arriesgarse. La contempló por última vez, y salió por la puerta, no sin coger antes el cuchillo del suelo, todavía manchado de sangre.

Abrió la puerta muy despacio, intentando hacer el menor ruido posible. No lo consiguió. Pero por suerte no había nadie al otro lado. Nadie vivo, nadie muerto, ni nadie muerto viviente. La cruzó y llegó al pasillo del edificio. Había silencio, demasiado silencio. Pero eso quizás era bueno. Cerró la puerta, no le gustaría que algunos animales entrasen y devorasen a su familia. Eso le hizo acordarse de Chispas, su gato negro. El cual había desaparecido, sin más. Pero teniendo en cuenta que siempre estaba con el niño pequeño, no era difícil adivinar dónde se encontraban los restos del pobre gato.

Logró llegar hasta el ascensor. Pero no funcionaba, no le sorprendió demasiado. Se acercó a las escaleras. Antes de bajar, echó una mirada. No parecía haber nadie. Comenzó a bajar, lentamente, sin hacer ruido. Con el cuchillo en la mano, podía notar los latidos del corazón llegando a su cabeza. Tuvo bastante suerte ya que no se cruzó con ningún caminante. Sin embargo, cuando por fin estaba llegando al último piso, escuchó pisadas. Se detuvo en seco, se apoyó en la pared y tragó aire. Se concentró. Fue cuando tomó una decisión. Tal y como estaban las cosas tenía que escoger un bando: o cazar o ser cazado. Por una parte le repugnaba la idea de acabar con aquellas cosas, a pesar de que eran simples criaturas que parecían salidas de un videojuego. Pero por otro lado, eran simples monstruos, demonios oscuros que habían venido a comerse a los vivos. Esto era una guerra. Y no tenía la menor intención de quedarse en el bando de los perdedores. De nuevo tomó aire, sujetó con fuerza el mango del cuchillo y salió de su escondite. Levantó la mano con fuerza (el anillo aún brillaba en su dedo) y ya estuvo a punto de clavar el arma en su contrincante, cuando se detuvo en seco.

-¿Pero qué coño…? –exclamó. Logró detener el cuchillo a escasos centímetro de la cara de la niña.

Delante de él se encontraba una niña. Por su apariencia debía de tener tan solo once o doce años. Tenía el pelo largo y rubio, pero sucio y descuidado. Su cara, además de llevar una expresión de susto de muerte, estaba sucia. Llevaba un vestido azul de una sola pieza, roto y manchado por diferentes partes. La niña miró el cuchillo con terror, y luego miró a los ojos a Isaac, con desconfianza.

-¿Quién eres tú, pequeña? –preguntó Isaac, bajando el cuchillo y apartándolo de la vista de la joven- ¿Qué haces tú sola aquí?

-Yo… yo… Me llamo Nikki –dijo la pequeña, su voz sonaba con nerviosismo, seguramente debido al impacto del encuentro, además de lo que podía haber visto en el exterior.

-¿Y qué estás haciendo aquí tú sola? ¿Vives aquí?

-No, señor. No vivo aquí… Mis padres… ellos…

La niña pareció a punto de llorar. Sin embargo, Isaac comenzó a caminar, pasando por su lado, dejándola un poco sorprendida. Caminó hasta la puerta de salida del edificio y, antes de salir, miró hacia atrás.

-¿Es que piensas quedarte ahí todo el día, Nikki? –preguntó Isaac, con un rostro que mostraba indiferencia- Me da igual si vives aquí, me da igual cómo has llegado y me da igual qué le ha pasado a tus padres. ¿Qué te lo he preguntado yo? Puede ser, pero en cuanto he visto que tardabas demasiado en hablar debido a tu traumatizante estado he cambiado de idea. Ahora dime, ¿vas a quedarte ahí, o vienes conmigo?

La niña lo analizó con la mirada. Realmente estaba descolocada. Asustada y asombrada por igual. Sin embargo, a pesar de todo, ella estaba allí buscando algo, y ese hombre parecía tener algo interesante. La niña caminó hasta ponerse a su lado. Isaac miró al exterior. La pequeña no se dio cuenta, pero en ese momento se dibujó una sonrisa de alegría en el rostro de Isaac. Quizás ni él mismo se dio cuenta. Abrieron la puerta y salieron al podrido mundo del exterior.

Fuera el sol brillaba como si fuese el último día en que lo fuese a hacer. Isaac también notó que hacía demasiado calor. No tenía la más mínima idea de a dónde podían dirigirse, pero lo primero era darse un buen banquete. Hay ofertas especiales en los fines del mundo, siendo la más suculenta la que dice que todo es para quien se lo encuentre.

Nikki intentó adelantarse, asomando la cabeza, pero pronto Isaac se puso delante, no sin lanzarle después una mirada fulminante. Nikki miró al suelo. Casi parecían un padre y una hija cualquiera, aunque por la diferencia de edad no encajaba demasiado.

Por fin comenzaron a caminar por el exterior. Por el momento había tranquilidad. Coches aparcados en mitad de la carretera, hojas de periódicos esparcidas por todas partes, cabinas de teléfono rotas. Sangre. Cadáveres. Pero, por suerte, de momento ninguno de ellos se ponía de pié.

-Me pregunto cómo una niña como tú pudo sobrevivir sola a todo esto –exclamó Isaac.

-Pensaba que no te importaba nada sobre mi vida –dijo Nikki, ya sin ningún tipo de nerviosismo. De hecho, su entonación sonó como una burla, un enfado infantil.

Isaac la miró de reojo. Iba a decirle algo, cuando un ruido alertó a ambos. Isaac en ese momento todavía era demasiado novato en cuanto a la supervivencia, por lo que su reacción no fue demasiado profesional. Simplemente inclinó la espalda hacia delante, cogió el cuchillo de su cintura y comenzó a caminar lentamente.

-¿Vas a cazar un zombie o vas a poner un huevo? –dijo Nikki, casi sonriendo.

Isaac le lanzó una mirada extraña. ¿Cómo podía esa niña estar tan tranquila en este mundo? ¿Cuánto tiempo llevaba ella viviendo en esa situación hasta tal punto que podía bromear como si todo fuese normal? Prefirió no pensar mucho en ello. Dolor. Eso fue lo que sintió en ese mismo momento. Dolor al recordar a su mujer y a su hijo. Pero eso es otra historia, ahora era el presente. Y sus ojos descubrieron al culpable de los ruidos. Era una de esas cosas.

Nikki también lo miró, por lo que se puso seria. Isaac agarró el cuchillo con fuerza. Debía hacerlo, ya que si no se le iba a caer al suelo debido a lo que le estaban sudando las manos. Ambos se agacharon y caminaron rápidamente escondidos entre los coches, hasta que estuvieron a una distancia cercana de esa cosa. Era un hombre, o al menos lo había sido en otra época. Debía de llevar bastante tiempo muerto, ya que le faltaba la mandíbula inferior, su piel estaba muy podrida e iba casi desnudo. Caminaba muy lento, y producía un gruñido repelente. Isaac se calmó al verlo. ¿Tanta tensión para esto? ¿Estas eran esas feroces criaturas que habían ocupado el mundo? No eran muy diferentes de lo que te encontrabas un sábado a altas horas de la madrugada.

Nikki le cogió de la camiseta, señal de que quería algo. Isaac no le hizo el menor caso, la situación estaba completamente controlada. Le clavaría el cuchillo a esa cosa en la cabeza y así habría uno menos en el bando contrario. Comenzó a acercarse, lentamente y por detrás. Nikki volvió a tirarle de la camiseta. Isaac ahora hizo un movimiento brusco, para soltarse de ella. Fue casi violento. Cogió carrerilla y se lanzó al muerto viviente. El cuchillo atravesó su cabeza como si lo estuviese clavando en mantequilla. No pudo evitar sonreír.

-¿Ves, enana? –preguntó, elevando la voz- ¡Tranquila, descuartizaré y decapitaré de forma violenta a todos estos putos zombies por ti!

Tras decir eso comenzó a reír a carcajadas. Si se estuviese mirando a sí mismo, no se hubiese reconocido. Se giró para observar a Nikki. Su idea era ver su rostro de sorpresa, incluso puede que admiración. Sin embargo, encontró una cara de terror, de pánico. Cerca de ellos, al otro lado de la calle que hasta ese momento no se miraba, había un pequeño ejército de caminantes. Todos caminaban en su dirección, sin duda los gritos histéricos de Isaac habían captado sus atenciones. En ese momento comprendió qué era lo que tanto le estaba preocupando a Nikki. La miró directamente a los ojos. Y se sorprendió. Sus ojos… había algo diferente en ellos.

-Lo siento muchísimo –dijo la pequeña.

Isaac no tuvo tiempo ni de preguntar. Nikki se lanzó hacia él y estiró una pierna, proporcionándole una patada en la entrepierna. A pesar de su cuerpo pequeño, la chica tenía fuerza. Isaac se inclinó, dolorido, con los ojos de par en par y sudando por la frente. Quiso preguntar qué estaba pasando allí, pero realmente casi no hacía falta. Aquello era como una guerra, y en una guerra hay aliados y enemigos. Pero también existen las traiciones. Nikki recogió rápidamente el cuchillo del suelo y lo guardó en su ropa. Luego llevó una mano hasta la mochila. A pesar del dolor, Isaac la agarró como mejor pudo. Nikki hizo fuerza para intentar robarla, pero no fue capaz.

-¿Qué hay dentro? ¡Quiero lo que hay dentro! –gritó- Nuestro grupo necesita provisiones, no es nada personal.

Isaac sonrió. Agarró con fuerza la mochila. Quizás fuese una estupidez, pero iba a proteger con su vida aquellas historias. Aquellas hojas en blanco que llenaría a partir de ahora. Nikki se rindió, más que nada porque la horda de zombies estaba demasiado cerca.

-¡Que te follen, idiota! –gritó la pequeña repelente.

-Para ser una mocosa hablas como toda una puta de lujo –dijo Isaac, recobrando el aliento- Quizás te haya enseñado tu madre a hacerlo…

Nikki se fue corriendo. Isaac se puso de pié. Podía escuchar las pisadas acercarse. Ahora o nunca, huir o morir. Se acomodó la mochila a la espalda y echó a correr. Tuvo suerte, si no lo hubiese hecho una mano podrida le hubiese alcanzado el cuello.

Sus pasos le llevaron hasta unas galerías. Unas de esas que atraviesan varios edificios, y están llenas de tiendas y otros locales. Las recorrió enteras pero, cuando estuvo a punto de salir por el otro lado, descubrió varios caminantes, los cuales al verle caminaron hasta él. Por lo tanto, retrocedió sobre sus pasos y regresó a la entrada, donde otro grupo le esperaba. Sin duda, él solito se acababa de meter en una trampa mortal, los zombies le rodeaban por ambos lados. Se quedó en medio de las galerías, casi esperando su muerte. Pero fue entonces cuando miró la tienda. Sorprendido, miró el escaparate. Era una tienda con objetos clásicos de diferentes partes del mundo. Había libros, objetos de decoración, objetos que no reconocía… y lo que más llamó su atención. Colgadas en una pared, había varias espadas japonesas, varias katanas. No se lo pensó dos veces. Le dio una patada al cristal con todas sus fuerzas. No rompió a la primera. Le proporcionó otra patada. Dos, tres, cuatro más. Los caminantes se acercaban por ambos lados. Tras insistir, el cristal finalmente rompió dejando un agujero bastante grande. Isaac se metió dentro, aunque al hacerlo se rasgó una pierna con uno de esos cristales, cortándose bastante. Lanzó un grito de dolor, pero el dolor iba a ser mucho más y más mortal si seguía allí sin hacer nada. Terminó de entrar dentro, y cogió la primera de las katanas que tuvo a mano. Tenía el mango azul. La desenvainó y esperó.

Pronto llegaron los caminantes. Algunos daban vueltas sin más, bastante perdidos. Uno de ellos acudió hasta el escaparate, seguramente alertado por la sangre de los cristales. Isaac se quedó mirándolo. A pesar de todo, tenerlo de frente, le impresionaba, y mucho. Agarró el mango de la katana, sin siquiera reparar en la hoja. Y finalmente la blandió. Sin embargo, esa cosa rebotó en el caminante de forma absurda, casi humillante.

-¿Pero qué cojones? –exclamó Isaac, confuso.

Fue cuando reparó en la katana. No era una katana real, parecía de plástico. Observó para la pared, en la pegatina de la que tenía en sus manos ponía “Katana de juguete, imitación”. Isaac suspiró. Pero el caminante ahora estaba entrando. A este paso todo iba a acabar muy mal. Observó las pegatinas. Leyó una que ponía “Muramasa”. Tenía la funda de color roja, y el mango igual. Además, tenía detalles de letras japonesas grabadas en él, de color dorado. La desenvainó, lentamente. Y se quedó sorprendido al verse reflejado en el metal del arma. Sus ojos, su pelo… ¿Era realmente él ese del otro lado? ¿Cómo había llegado hasta ese estado? No le importó demasiado. Terminó de quitar la vaina y la miró. Esta vez era de verdad, esta vez era afilada, mortal, peligrosa. Era una buena opción, las pistolas consumen balas, y éstas acabarán tarde o temprano. Además, tampoco consumía batería o gasolina. Era una buena opción, sólo había un pequeño problema: no tenía ni puta idea de cómo manejarla. Pero ya habría tiempo de aprender, ahora no podía perder el tiempo. Tenía delante de él la primera prueba. Sin pensarlo dos veces, blandió la katana. Con fuerza.

La cabeza del zombie se desprendió de su cuerpo. El cuerpo decapitado cayó delante de Isaac, dejando brotar sangre de la zona cortada. Tampoco salió demasiada, no le debería de quedar mucha dentro. Isaac volvió a mirar la katana. Por alguna razón que desconocía, sintió ganas de acabar con todos los que estaban ahí fuera. Y, ¿qué se lo iba a impedir?

Salió al exterior. Para ello tuvo que pasar por encima del caminante sin cabeza. ¿Y? Paso por encima. Solo era basura, una más para un mundo llena de ella. O al menos eso pensaba en ese momento, si es que se le puede llamar pensar a eso. Logró salir fuera, y fue cuando comenzó la carnicería.

Varios caminantes intentaron rodearlo. Decir rodear quizás sea exagerado, pues no tuvieron nunca ninguna oportunidad de hacerlo. Isaac agarró con fuerza la katana y, sin ningún tipo de expresión en su cara y con unos ojos fríos como el hielo (estaban más oscuros que nunca, sin vida, sin emociones) comenzó a blandir su arma. Cabezas, brazos, diferentes partes de cuerpos… Todo volaba por el aire y caía al suelo, llenándolo todo de sangre y formando una orgía macabra cuando todo se juntaba en el suelo. Isaac descubrió que esa arma no era solo muy efectiva, sino que también se sentía a gusto con ella, a salvo. Además, no hacía ruido. Cuando fue consciente de ello, estaba rodeado por más de una docena de cuerpos. No todos enteros. No todos reconocibles. Cuando terminó, se relajó.

Su respiración fue fuerte. Se calmó. Miró la katana, estaba empapada de sangre. Lo mejor era lavarla en alguna parte, podía ser peligroso, contagioso. O simplemente asqueroso.

Salió por las galerías. Hubo más caminantes a la distancia, pero prefirió evitarlos. A pesar de todo, cada vez que veía sangre volando la imagen de su familia muerta se cruzaba por su mente, como si todo fuese un castigo. Pero él no estaba haciendo nada malo. O al menos así lo pensaba. Estaba sobreviviendo. Este mundo ya no pertenecía a la cordura. Además, no era difícil acabar con un zombie estúpido. O eso pensaba, lo que vino a continuación le mostró que no era así.

Un grito. Eso fue lo que comenzó su última tarea de ese día. Un grito femenino, y le sonó muy familiar, casi podía asegurar que se trataba de esa pequeñaja ladronzuela. Comenzó a correr en su dirección, a pesar de todo no le guardaba rencor. Eran tiempos difíciles, seguramente él mismo acabaría haciendo algún día cosas peores para sobrevivir. Además, no era más que una cría.

Corrió y corrió, pero los gritos cedieron. ¿Demasiado tarde? Cruzó una esquina y descubrió la escena. Detrás de un contenedor volcado, varios caminantes estaban de rodillas, comiendo algo del suelo. Isaac se temió lo peor. Corrió hasta allí, con el corazón en un puño. Por un momento, el brillo volvió a sus ojos. Llegó hasta ellos, eran un total de tres. A uno le clavó la katana en la cabeza, a otro se la partió en dos y al tercero le dio una patada, lo tiró al suelo y a continuación clavó la katana entre sus ojos. Miró para el suelo. Era Nikki. Estaba muerta.

Se quedó mirando para ella. Debería sentir ira, tristeza, impotencia, asco, odio. Sin embargo, lo único que sintió fue amor. Ni él mismo lo comprendía, pero le dieron ganas de recogerla del suelo, abrazarla y besarla en la frente. Era un pecado que una niña tan bonita como esa acabase de una manera tan desagradable. Isaac finalmente cerró los ojos. Recogió la katana y se dio la vuelta, dispuesto a marcharse de allí.

No dio ni dos pasos cuando escuchó ruidos detrás. Se giró. Como sospechaba, la infección se traspasaba al morder. Nikki estaba de pié, si es que se le podía llamar todavía de esa manera. Su cabeza estaba inclinada. Sus ojos apagados y su piel ya con tono oscuro. Lanzó un gruñido. Isaac la miró, primero con cara triste. Estuvo a punto de llorar de nuevo, pero se había prometido no hacerlo. Finalmente agarró su katana. La dejó andar unos pasos, como para ofrecerle una última posibilidad de caminar por este mundo. Pero no lo hizo durar mucho más.

-Lo siento… -dijo Isaac- Lo siento de verdad.

Sus ojos volvieron a ser fríos, oscuros. Blandió la katana.



“Todo ha cambiado, y los encargados de esta broma macabra no reparan en las edades de sus peones del infierno. Se han perdido las risas, se han borrado las sonrisas. Ni siquiera hay tiempo para llorar, solo hay tiempo de vivir. De seguir viviendo, aunque para ello tengamos que hacer las mayores atrocidades que ni siquiera en nuestras pesadillas hubiésemos podido imaginar.”

3 comentarios:

  1. cha-cha-chaaaan. Interesante personaje, pero está mal que yo lo diga :P

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  2. Son unas descripciones magníficas. Realmente, despues de leer ambos pasajes he quedado enganchado. Son obras, y cuando todo se desarrolle y se junten las obras será una obra de verdadero arte.

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    1. Muchas gracias, Ash :D
      Nuestra idea es hacer una historia larguilla, en donde los personajes se irán mezclándose entre ellos poco a poco. Y, quién sabe, algún día quizás llegue a publicarse si la cosa va a más. Aunque tendríamos que hablar con Robert Kirkman sobre derechos de autor jajaja
      Saludos!!

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