Capítulo 4.
Victoria
“Siempre
he estado rodeada de gente idiota. No es nada nuevo. La diferencia, es que
antes esos idiotas eran mi jefe, mi novio, mis amigos y amigas y casi cualquier
persona que me rodeaba. Ahora hay todavía más idiotas, pero éstos son más
peligrosos ya que, a pesar de su aspecto, están deseando morderme. Bueno… ahora
que lo pienso siempre quisieron comerme los otros idiotas. Pero no van a tener
esa suerte”
El
reloj colgado en la pared seguía marcando cada segundo. Tic, tac, tic, tac.
Cada uno más eterno que el anterior. En la habitación no había mucho más, tan
solo unos sofás arrugados, latas de comida abiertas, botellas de agua
esparcidas y dos personas: un hombre y una mujer. El hombre aparentaba tener unos
treinta y largos años, ella no debía pasar de veinticinco. Él era calvo, gordo
y tenía un bigote muy poblado. Ella era rubia, delgada y tenía una delantera
muy poblada. Casi parecían los lados opuestos extremos de la misma moneda.
Ambos estaban sentados, en el sofá.
-¿Cuántos
días han pasado ya desde que comenzó todo? –preguntó el tipo, sin embargo ella
no le hizo el más mínimo caso, parecía perdida en sus propios sentimientos- ¿Es
que no me escuchas? ¿No sabes hablar?
Ella
no hizo el menor reparo en él. Se levantó del sofá y caminó hasta la zona de
las botellas de agua. Agarró una y le dio un buen trago. Luego se acercó hasta
la puerta que daba a la salida. Antes de que pudiese hacer nada, el hombre se
levantó de un sobresalto, su barriga pareció temblar como un flan.
-¿Qué
haces, Victoria? ¿Vas a abrir la puerta con todas esas cosas por el edificio?
–preguntó asustado.
-No
pienso pasar ni un solo segundo más contigo aquí –dijo Victoria, se giró para
verlo a la cara- Una cosa es presentar contigo las noticias, otra muy diferente
es pasarme un jodido apocalipsis encerrada en un cuarto contigo. Estoy harta de
verte mear en cubos… Y casi no queda comida ni bebida. Voy a salir. Tú… tú
quédate aquí y muérete si quieres, Ralph.
Ralph
debería haberse sentido ofendido, pero conocía de sobra el carácter de Victoria
Griffing, la chica de las dos caras. Por un lado estaba la Victoria que
presentaba el telediario, siempre a la hora de la comida. Una chica agradable y
amable, siempre con una sonrisa en la boca. Pero eso era solo una máscara, la
verdadera Victoria era una persona fría, ausente, e incluso desagradable.
Aunque a más de uno, Ralph incluido, le daba cierto morbo esa forma de ser. Se
acercó a ella y apoyó una mano en su trasero.
-¿Segura
que no quieres quedarte conmigo? –dijo, su mano comenzó a moverse como si fuese
la de un poseso.
Victoria
se giró, rápidamente lo empujó.
-¡Saca
tus jodidas manos de encima! El único que podría tocarme está muerto. Tú sólo
eres una ración individual de supervivencia, un objeto para no volverme loca.
Pero sinceramente, ya no soporto más nada de esto. Me largo de aquí, tú haz lo
que quieras.
Ralph
se la quedó mirando. Por un momento sus ojos destellaron de rabia, casi pareció
a punto de hacer algo más, quizás golpearla, pero finalmente no hizo nada.
Quizás porque sabía que la chica era de armas tomar y, probablemente, acabaría
peor él. Caminó hasta un palo de golf que había allí. Lo observó con seriedad.
-Por
fin voy a darle un uso a este estúpido regalo que me hizo mi mujer –dijo, por
alguna razón sonrió con ironía- Está bien, salgamos fuera. Matemos a todos esos
periodistas zombies.
Victoria
lo ignoró por completo. Abrió la puerta, lentamente. A pesar de todo, su
corazón comenzó a latir con fuerza, su respiración se agitó, y su estómago
comenzó a dar síntomas de querer expulsar algo al exterior. Finalmente tragó
saliva. Cuando la puerta estuvo lo suficientemente abierta, asomó la cabeza. No
parecía haber peligro a la vista, por lo que terminó de abrir la puerta y salió
al exterior, siempre con cuidado. No llevaba ningún arma encima, por lo que lo
mejor era pasar desapercibida. Ralph salió detrás de ella, con su hierro
preparado por si acaso.
Se
encontraban en uno de los camerinos del edificio del Canal 4, el mismo edificio
desde el cual se transmitían las noticias a diario, incluyendo esas extrañas
noticias de hace pocos días dónde los muertos desaparecían, la gente mordía a
otra gente y todo comenzó a ser un caos. Al principio parecía una broma. Y
quizás al final fuese solo una broma, una broma perversa y cruel, pero todo iba
muy en serio.
Para
salir del edificio, debían atravesar un largo pasillo, bajar unas escaleras,
recorrer otro pasillo y por fin estarían la puerta de salida. Al otro lado, un
patio con un logo enorme de la cadena y luego otra puerta, esta vez de metal.
Todo eso acompañado por una ligera pizca de muertos vivientes.
Siguieron
caminando por ese pasillo. De momento no había rastro de caminantes. Pero eso
iba a ser temporal. La última vez el edificio estaba lleno de esas cosas.
Llegaron hasta las escaleras y comenzaron a bajar. Los tacones rojos de
Victoria sonaron con fuerza, con eco, en cada escalón.
-¿Sabes?
–dijo de pronto Ralph, que iba detrás de ella- A pesar de todo, me estás
poniendo cachondo con ese vestidito apretado y esos tacones.
-¿Aún
sigues vivo? –preguntó Victoria con tono sarcástico.
De
pronto se detuvieron. Ruidos. Ruidos desagradables, y venían del pasillo del
primer piso. Era un sonido similar al que hace una persona cuando está devorando
un zanco de pollo, solo que multiplicado y más asqueroso. Terminaron de bajar
las escaleras, siempre con cuidado, y fue cuando lo vieron. Un grupo de tres de
esas cosas, agachados y devorando a un muerto. Victoria lo miró con frialdad,
pero dentro de ella su estómago cada vez estaba peor. La carne y la sangre
resbalaban por esas cosas. Y el olor… el olor fue lo peor.
Ralph
no lo soportó más. Se inclinó y echó fuera la poca comida que había ingerido,
además de otras cosas. Victoria se apartó como mejor pudo, librándose por los
pelos de ser duchada con eso. Sin embargo, ese acto llamó la atención de los
caminantes. Comenzaron a levantarse lentamente, para ponerse a andar hacia
ellos, sin duda con no buenas intenciones. Victoria intentó escapar subiendo de
nuevo las escaleras pero, gracias a una mala suerte increíble, en el piso de
arriba había dos más de esas cosas. Ralph los observaba también, aterrorizado.
Seguía teniendo el palo de golf en la mano.
-¡Vamos,
reacciona! –le gritó Victoria- ¡Acaba con esas cosas! ¿No eras tan macho? ¿No
te pone cachondo esto, o qué?
-Yo…
yo… -comenzó a tartamudear el hombre.
Victoria
lo fulminó con la mirada. Los caminantes cada vez estaban más cerca. Y fue
entonces cuando se le ocurrió algo. Algo que quizás lamentaría más adelante,
pero en ese mismo momento le daba bastante igual. Le arrebató el palo de las
manos en un movimiento ligero. Ralph la miró y le hizo un gesto de afirmación,
quizás sería mejor que ella atacase, parecía más valiente para esas cosas…
…sin
embargo, ella no atacó a los caminantes. Sin dudarlo ni un solo segundo, golpeó
con el hierro en las partes íntimas de Ralph, el cual se inclinó retorciéndose
del dolor. Luego la miró, completamente pálido y asustado. Iba a decir algo,
pero ella no le dio tiempo. Le dio un golpe fuerte en la cabeza con el palo. La
sangre le salpicó a su propia cara. Ralph lanzó un grito desgarrador y a
continuación cayó al suelo, de rodillas. Victoria se puso detrás de él y, con
el mismo zapato de tacón que tanto le había excitado con anterioridad, le dio
una patada y éste cayó rodando.
Los
caminantes se acercaron a él, se agacharon y comenzaron a morderle. Ralph lanzó
gritos de espanto, los cuales sonaron con fuerza. A pesar de todo, Victoria ya
se estaba sintiendo culpable por lo ocurrido, pero no le importó tampoco
demasiado. Era supervivencia, al fin y al cabo. Antes él que ella. Con el palo
de golf aún en la mano, terminó de bajar las escaleras. Pasó por al lado de los
caminantes. Por suerte no repararon en ella, estaban demasiado ocupados
desgarrando la carne del hombre. Éste ya no gritaba, seguramente porque le
acababan de arrancar la garganta.
Victoria
corrió hacia la puerta. La abrió. El sol golpeó su rostro. Había más de esos
ahí fuera, pero parecían bastante atontados. Corrió y corrió. La puerta de
metal estaba abierta, seguramente de cuando escaparon (o lo intentaron) otras
personas. Salió por allí. La calle estaba llena de podridos. Uno se acercó, por
sorpresa. Victoria lanzó un grito, más de asombro que de otra cosa. Logró
apartarse de él, levantó el hierro y golpeó con fuerza en su rival. La cabeza
del caminante salió despedida, rodando por el suelo. A pesar de estar
decapitado, seguía con vida. Victoria caminó hasta la cabeza y clavó el palo de
golf en su frente. Lo dejó allí, como si fuese una bandera de victoria, al
igual que su nombre.
Victoria,
la mujer de rojo, empapada en sangre, siguió corriendo por las calles. No se
arrepentía de nada…
“Todo
ha cambiado. Ya no hay vestidos elegantes y colonias de marca caras. Ahora solo
hay muerte, muertos y supervivientes. Yo voy a ser una de ese último grupo,
aunque para ello tenga que acabar con todos los demás de mi propia especie,
vivos o no”
Un personaje muy cabron. Demasiadas ansias de querer sobrevivir. Ansio la llegada del siguiente capitulo
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